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Pesadilla

 Te me apareciste en un sueño. Yo te decía que por favor tuvieras cuidado porque en los próximos meses te ibas a morir. Vos me decías: ¡¿qué?! Mientras te reías en esa media lengua que mantenía lo universal de la sonrisa compartida.  Y te seguías riendo, como si fuera un disparate.   Y sí, lo era. Y sí, aún lo sigue siendo. Aunque sea increíblemente real. 
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Todavía no llegábamos a los 30. Vos estabas destruida porque te acabas de enterar que se había muerto un amigo en un accidente de auto. En medio de la desolación e incomprensión absoluta me dijiste: - Y claro, ¿sabés por qué se murió Juli? Porque no era de este mundo. Era demasiado especial para seguir acá. Hoy, en el medio de mi incomprensión absoluta, recordé de golpe ese diálogo. Y entiendo que una vez más tenías razón, Lula. Eras demasiado especial para seguir en este mundo. 
La última imagen que recuerdo es la de Pacha tocando la guitarra. Como una canción de cuna hizo que me quedara lentamente dormida en la cama de una plaza que simula un sillón. Había sido un día de calor agobiante, cantidades industriales de cerveza, pelopincho con agua turbia y la humedad del conurbano que me atonta más de lo habitual. Había sido una tarde de escenas bochornosas y peleas de pareja. El agua turbia como la tensión sexual que –yo en ese momento no lo notaba- flotaba en el aire. Cuando me desperté ya era noche cerrada. Estaban todas las luces apagadas. Tenía la garganta seca por el calor y el alcohol, y el corpiño de la malla todavía estaba húmedo. No tenía resaca ni sueño. Tampoco estaba borracha, ese día no había llegado a emborracharme. Me levanté a buscar agua de la heladera y apareciste. Todavía no sé de dónde. Si del patio o del cuarto. Era como si te estuvieras preparando para ir a dormir. Yo me había quedado a dormir algunas veces ahí, siempre en la cama de una p
Las redes sociales y el infierno de tener a mano tus últimos pasos para intentar recabar cualquier información sobre dónde, con quién o haciendo qué estuviste mientras mi ingenio proyecta posibles escenarios que se clavan como agujas en mi cabeza.  El intento de concentrarme en cualquier otra cosa con el magro resultado de seguir pensando con más intensidad. Y en el trayecto me como los dedos, me perforo las uñas. Y pienso en esta ridícula obsesión y en lo aún más ridículo que sería contarte, de alguna manera, esto que me pasa. Porque convengamos que siempre existió en mí este querer controlarlo todo, hasta lo imposible, hasta el sinsentido, hasta ahogar al otro y, en ese pantano, ahogarme a mí misma.  Porque convengamos que, en el fondo, lo que más lastima es verte conectado y sentir que nos alejamos cada vez más de ese momento en el que sentía que coincidíamos, que estábamos -justamente - conectados.   

¿Qué pienso?

Que estamos todos muy rotos y no queremos rompernos más, entonces nos agarramos de teorías sobre el amor, el desamor, el poliamor, el sexo, el no sexo, la imposibilidad de comprometernos, las relaciones sexoafectivas de las que nadie entiende lo mismo. Todo para justificarnos, escondernos y no aceptar lo obvio. Que somos vulnerables. Que no queremos decepcionarnos. Porque ya pasamos por mil decepciones porque el otro es el otro y uno, obvio es uno.  Pero en el fondo yo creo que queremos desesperadamente enamorarnos y sentir, aunque sea por quince milésimas de segundos, que podemos ser los seres más maravillosos para alguien. Y que nos acompañen y acompañarlos. Y construir. Aunque, o a pesar de, que la realidad nos pase por encima. Porque el otro siempre va a ser el otro, y uno siempre va a ser uno, pero es una milagrosa maravilla cuando nos encontramos. Eso pienso.  O, al menos, eso quiero yo. 

Primera y última

Ella fue la primera mujer de mi familia que me vio a las pocas horas de llegar al mundo. En realidad, la segunda, la primera debe de haber sido mi madre. Siempre contaba que cuando le avisaron que estaba por nacer agarró a mi hermano, le puso los zapatos y se fueron al hospital. Y que llegó, tomó el ascensor y vio que iba una bebe hermosa, chiquita y ella ahí lo supo, lo supo con absoluta certeza, con esa intuición que la caracterizó, y nos caracteriza a algunas de las mujeres de mi familia. Ella dice que ahí lo supo, y yo le creo. Ella supo que esa beba que iba en el ascensor era yo. Y lo era. Y esa fue la primera vez que nos vimos. Y yo, en estos últimos tiempos la vi mientras se iba apagando, aunque nunca perdió su brillo, ni su lucidez, ni su intuición. Hasta que la internaron y yo lo supe, yo supe que ya no volvía. Pero no me animé a verla mientras se consumía cada vez más rápidamente. No tuve tiempo, no tuve fuerzas. Ella se fue ayer y yo no la vi antes de que se fuera. Cre