Nos encontramos en los márgenes. Nos unen los autores, los libros, la música, la ropa, la comida, la bebida y los hábitos que atraviesa la ideología compartida. Nos une el caminar en el mismo sentido. Nos unen las soledades y sabemos que el único agente que nos puede separar es la muerte.
A mis amigos los encontré en los márgenes. Se acercaron cuando estaba llorando en un rincón porque no me quería quedar en la salita del preescolar. Los conocí cuando me quedaba al costado de la cancha porque nadie me elegía para jugar al vóley. Me acompañaron con un café cuando iba al bar de la facultad “sin onda” al que no iba ninguno del resto de los compañeros. Los conocí cuando compartíamos las horas en un trabajo burócrata que llegamos a odiar. Me ayudaron a trazar estrategias para poder irnos juntos de ese mismo trabajo. Brindamos en navidades mientras olvidábamos nuestras penas. Los encontré cuando me separé porque me llamaron para salir un sábado en el que todos estaban con sus parejas.
Y así me enseñaron que el preescolar no era tan malo porque había juegos que no tenía en casa; que me podía quedar al costado de la cancha escuchando música desde sus auriculares de los walkman. Y el café sin onda se convirtió en el lugar de reunión de los elegidos, y del trabajo burócrata que odiábamos podíamos sacar múltiples beneficios como hacer llamados a conocidos del interior, imprimir capítulos enteros de libros, o jugar a las sillas chocadoras cuando el jefe se iba de viaje. Y también brindamos por habernos conocidos en esas navidades con penas del corazón, y salimos de ronda por los bares mientras caminábamos juntos por el sendero de las latas abolladas.
Y hoy los escucho cuando aparecen con el corazón apedreado y sin ganas de seguir luchando. E intento darles aliento mientras se me quiebra el alma porque si ellos se caen, yo también me caigo. Porque no estamos solos, estamos interconectados por hilos invisibles y cuando uno se mueve, repercute en el resto. Porque son los que sin saberlo me rescataron de los márgenes, y quienes con solo apoyar sus manos sobre las mías mientras lloro me demuestran su incondicionalidad. Y con ellos quiero seguir compartiendo todo lo que traigan los días, porque por ellos, entiendo que estar acá vale la pena.
Y tengo la certeza de que van a poder salir de ese pozo en el que estén metidos, porque confío y porque siempre voy a estar sosteniendo la soga que los hace subir y espanta las soledades.
Para seguir caminando juntos hoy, mañana y hasta que la muerte nos separe (y eso está tan, tan lejos).
A mis amigos los encontré en los márgenes. Se acercaron cuando estaba llorando en un rincón porque no me quería quedar en la salita del preescolar. Los conocí cuando me quedaba al costado de la cancha porque nadie me elegía para jugar al vóley. Me acompañaron con un café cuando iba al bar de la facultad “sin onda” al que no iba ninguno del resto de los compañeros. Los conocí cuando compartíamos las horas en un trabajo burócrata que llegamos a odiar. Me ayudaron a trazar estrategias para poder irnos juntos de ese mismo trabajo. Brindamos en navidades mientras olvidábamos nuestras penas. Los encontré cuando me separé porque me llamaron para salir un sábado en el que todos estaban con sus parejas.
Y así me enseñaron que el preescolar no era tan malo porque había juegos que no tenía en casa; que me podía quedar al costado de la cancha escuchando música desde sus auriculares de los walkman. Y el café sin onda se convirtió en el lugar de reunión de los elegidos, y del trabajo burócrata que odiábamos podíamos sacar múltiples beneficios como hacer llamados a conocidos del interior, imprimir capítulos enteros de libros, o jugar a las sillas chocadoras cuando el jefe se iba de viaje. Y también brindamos por habernos conocidos en esas navidades con penas del corazón, y salimos de ronda por los bares mientras caminábamos juntos por el sendero de las latas abolladas.
Y hoy los escucho cuando aparecen con el corazón apedreado y sin ganas de seguir luchando. E intento darles aliento mientras se me quiebra el alma porque si ellos se caen, yo también me caigo. Porque no estamos solos, estamos interconectados por hilos invisibles y cuando uno se mueve, repercute en el resto. Porque son los que sin saberlo me rescataron de los márgenes, y quienes con solo apoyar sus manos sobre las mías mientras lloro me demuestran su incondicionalidad. Y con ellos quiero seguir compartiendo todo lo que traigan los días, porque por ellos, entiendo que estar acá vale la pena.
Y tengo la certeza de que van a poder salir de ese pozo en el que estén metidos, porque confío y porque siempre voy a estar sosteniendo la soga que los hace subir y espanta las soledades.
Para seguir caminando juntos hoy, mañana y hasta que la muerte nos separe (y eso está tan, tan lejos).
Comments
Nos estamos viendo.
Se te extraña
Te felicito, sabes contar muy bien lo que no nace para ser escrito.
Un beso grande.
(PD: agregada a Yo-Escritor!)
jaja!
slds lokita! cdo se va de vacas?
Lo unico que se, es que empece por leer uno, dos, tres, de sus escritos...
...y finalmente termine leyendo uno por uno hasta completar todos...
Excelente lo que cuenta, y como lo hace.
De ahora en mas, pasare mas seguido.
Saludos!
sol
A veces me olvido de eso.
Karla: Exacto. Gracias! Beso!
Mandinga: es verdad!!.. no lo había pensando!!.. sip. se extrañan las charlas, no?. ya volverán..
Juan: Gracias!!.. es un honor viniendo de vos!! Beso!!
La99: jajaaaa.. puede ser!.. Me voy a mediados de febrero! Beso!
Lauruguacha: claro. Pero a veces no necesitamos meternos en la cancha, porque no es nuestro lugar. Beso!
Alma: gracias!!... Bienvenida! Beso!
Solnix: gracias!!.. Muchas gracias!! Beso!
Lucy: sip, no hablar. Saludos!!
Azul: Gracias!. y vos sabés que podemos ser amigas.. sería un honor para mi!.. Beso, vecina!!!
Niño: si, si. a veces uno se olvida, y a veces duda de que valga la pena. pero, si, vale la pena.