Nos encontramos con Hippie y Pulgas en la plaza frente a la terminal y fuimos al mercado a hacer las compras. Hippie caminaba las calles de Humahuaca saludando a los transeúntes, alzando niños, acariciando a los perros. Algo similar a un político en plena campaña proselitista. Una vez hechas las compras, me advirtió que la pensión en la que paraba, estaba un poco lejos de la ciudad. Ahí es donde nos dirigíamos minutos después, saltando piedras, pateando caminos de tierra, subiendo cerros, mientras yo me preguntaba y le preguntaba cómo volvería a la ciudad en mitad de la noche.
Finalmente llegamos a la pensión, un lugar parecido a la vecindad del Chavo, con una pareja de vecinos jóvenes con hijos; hippies y rastas saliendo y entrando, y Doña Elia, la versión femenina del Sr. Barriga que justo en ese momento estaba reclamando el pago de las habitaciones. Hippie vivía en un cuarto sin ventanas, con una bolsa de box y un par de cueritos donde dormía con Pulgas. Nada más. Ni cama, ni mesa, ni silla, ni sábanas, ni frazadas.
Nos sentamos en el piso, abrimos una de las cervezas que habíamos traído, tomamos sendos tragos y nos fuimos al fondo a hacer el asado. Después de casi hora y media y una cerveza; el asado ya estaba listo. Compartimos platos, cubiertos y hasta teníamos ensalada. Uno de los asados más ricos que comí en el verano, por lejos. Siguieron pasando las cervezas, y Hippie me empezó a hablar de su pasado y de Dios, le decía “El Chabón”. Me dijo que lo había salvado, que cuando todavía no era mayor de edad salía a robar encañonado, que se drogaba, que lo había agarrado la policía y estuvo en una granja de rehabilitación durante un tiempo. Ahí fue cuando conoció al “Chabón” que le salvó la vida.
Yo lo escuchaba hablar de la bronca con que se había criado por un padre ausente y una madre que no supo contenerlo, de la inconsciencia con que apuntaba para robar, de la poca importancia que le daba a la vida. Yo no podía más que asentir con la cabeza y hacer algunas preguntas aisladas para guiar la conversación.
Admito que en el momento en que Hippie me contaba de su pasado tomé conciencia de que nadie en el mundo sabía que estaba entre las cuatro paredes de una habitación de un barrio alejado del casco histórico de Humahuaca conversando con un completo extraño.
Admito que tuve miedo y mientras lo seguía escuchando no veía la hora de que terminásemos la cerveza como excusa para volver a la ciudad.
A pesar de todo, asumo que frente a las palabras de Hippie, me asombraba la habilidad de El Barba para meterme en situaciones en las que seguía demostrándome que estaba ahí y existe.
Asumo, que no entiendo por qué, al mismo tiempo que escuchaba el pasado de Hippie como drogadicto y ladrón y su conversión, una fuerza instintiva me dictaba que tenía que terminar la cerveza y volver la ciudad (ahora sospecho que la fuerza instintiva tenía una voz parecida a la de mi madre).
Cuando terminamos la cerveza le dije a Hippie que me tenía que ir porque al otro día salía temprano para Yavi y admito que sentí que todavía me quedaban muchas cosas que aprender sobre mí, mis prejuicios y mis miedos cuando Hippie me dejó en la puerta del hostal sana y salva y me regaló un collarcito con una cruz que había hecho el.
Asumo que, a veces, el miedo te convierte en su esclavo, y tal vez me arrepiento de no haber estado más relajada durante el encuentro con Hippie, pero aunque en ese momento no lo sabía, era sumamente necesario despedirme justo en ese preciso momento de Humahuaca, para encontrar lo que me esperaba en Yavi.
Finalmente llegamos a la pensión, un lugar parecido a la vecindad del Chavo, con una pareja de vecinos jóvenes con hijos; hippies y rastas saliendo y entrando, y Doña Elia, la versión femenina del Sr. Barriga que justo en ese momento estaba reclamando el pago de las habitaciones. Hippie vivía en un cuarto sin ventanas, con una bolsa de box y un par de cueritos donde dormía con Pulgas. Nada más. Ni cama, ni mesa, ni silla, ni sábanas, ni frazadas.
Nos sentamos en el piso, abrimos una de las cervezas que habíamos traído, tomamos sendos tragos y nos fuimos al fondo a hacer el asado. Después de casi hora y media y una cerveza; el asado ya estaba listo. Compartimos platos, cubiertos y hasta teníamos ensalada. Uno de los asados más ricos que comí en el verano, por lejos. Siguieron pasando las cervezas, y Hippie me empezó a hablar de su pasado y de Dios, le decía “El Chabón”. Me dijo que lo había salvado, que cuando todavía no era mayor de edad salía a robar encañonado, que se drogaba, que lo había agarrado la policía y estuvo en una granja de rehabilitación durante un tiempo. Ahí fue cuando conoció al “Chabón” que le salvó la vida.
Yo lo escuchaba hablar de la bronca con que se había criado por un padre ausente y una madre que no supo contenerlo, de la inconsciencia con que apuntaba para robar, de la poca importancia que le daba a la vida. Yo no podía más que asentir con la cabeza y hacer algunas preguntas aisladas para guiar la conversación.
Admito que en el momento en que Hippie me contaba de su pasado tomé conciencia de que nadie en el mundo sabía que estaba entre las cuatro paredes de una habitación de un barrio alejado del casco histórico de Humahuaca conversando con un completo extraño.
Admito que tuve miedo y mientras lo seguía escuchando no veía la hora de que terminásemos la cerveza como excusa para volver a la ciudad.
A pesar de todo, asumo que frente a las palabras de Hippie, me asombraba la habilidad de El Barba para meterme en situaciones en las que seguía demostrándome que estaba ahí y existe.
Asumo, que no entiendo por qué, al mismo tiempo que escuchaba el pasado de Hippie como drogadicto y ladrón y su conversión, una fuerza instintiva me dictaba que tenía que terminar la cerveza y volver la ciudad (ahora sospecho que la fuerza instintiva tenía una voz parecida a la de mi madre).
Cuando terminamos la cerveza le dije a Hippie que me tenía que ir porque al otro día salía temprano para Yavi y admito que sentí que todavía me quedaban muchas cosas que aprender sobre mí, mis prejuicios y mis miedos cuando Hippie me dejó en la puerta del hostal sana y salva y me regaló un collarcito con una cruz que había hecho el.
Asumo que, a veces, el miedo te convierte en su esclavo, y tal vez me arrepiento de no haber estado más relajada durante el encuentro con Hippie, pero aunque en ese momento no lo sabía, era sumamente necesario despedirme justo en ese preciso momento de Humahuaca, para encontrar lo que me esperaba en Yavi.
Comments
Me va gustando esta novela; los Hippies ex choros y drogones a mi también me dan miedo.
De cualquier forma, yo también hubiera tenido bastante miedo...pero debo confesar q en el fondo...quedaba la esperancita de un poco de diversión poco ortodoxa en la vecindad del chavo. Incluso tal vez en el barril.
beso y seguiré a ver que fue lo q pasó en Yavi.
Adios!, maru.-
Maru: jaaaaa.. Gracias por pasar y leer!! besos!