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Apuntes sobre el duelo


La muerte es, tal vez, lo único certero en la vida. La muerte, como la vida, es, sucede, acontece inexorablemente. Un día, lo más terrible, con lo que fantaseas con temor desde chico, pasa. 
Y tal vez lo peor de la muerte no sean los trámites posteriores, el cajón, ni siquiera la ropa que se amontona en el placard. 
Lo peor de la muerte, es que con ella, viene la ausencia. Una ausencia total, final, absoluta. Ya no va a haber más hasta luego, ni el próximo fin de semana. La muerte llega para darte la plena y absoluta certeza de que mientras vivas nunca, pero nunca más, vas a ver a esa persona, o escuchar su voz. Y te acordás que una vez le escuchaste decir a alguien que la voz es lo primero que se olvida, porque para las imágenes, tenés las fotos y los recuerdos.. pero la voz se va esfumando de a poco en la memoria. Entonces tratás de conservar como un tesoro esa voz espesa, un poco ronca y única que nunca vas a volver a escuchar. Y casi obsesivamente tratás de recordarla todos los días, porque creés que con el ejercicio, se va a ir grabando en la memoria.


Los padres, quienes te enseñan a hablar, caminar, andar en bicicleta y muchas otras cosas más, también te enseñan, a fuerza de experiencia, las certezas de la muerte.

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Cuando yo pensaba que mi madre había superado todos, pero todos los límites, en todos los rubros imaginados e inimaginados; me pregunta, así, como al pasar, en la entrada del edificio donde trabajo. Hija, ¿estás teniendo relaciones sexuales?. Lo peor de todo, peor aún que haya estado el portero presenciando la conversación, fue que no me hizo falta mentirle. Igual. Volviendo al tema de mi madre y sus límites. Si pudo superar ese límite. Solo me resta temer y esperar.