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Loca y Norte VIII: Loca + Yavi

Llegué a Yavi para conocer a Javi. Lo entiendo un mes después, mientras escribo este capítulo de las vacaciones. También llegué al Norte para conocerme un poco más a mí.
Javi se cruzó por el camino del Norte para que me mire en un espejo y termine así de aprender un poco acerca de mi actuar en las relaciones. Y aunque lo haya aprendido un mes después, y aunque no todo haya sido de ensueños y terminado con un “vivieron felices y comieron perdices”, y aunque todavía me siga preguntando porqué necesito tropezarme y caerme con la misma piedra para aprender y cuándo crecer dejará de ser algo doloroso hasta la médula, y aunque pensar en la idea de no verlo más me llene el corazón de desazón y vacío; la historia con Javi fue una de las más movilizantes, inspiradoras, contradictorias y a la vez hermosas que viví hasta ahora.
Y porque no es justo empezar una historia por el final, y porque la historia con Javi post Norte pertenece a otra historia cuyo final es, espero, aún incierto:

Llegué a Yavi para conocer a Javi, y mi deseo es que mis palabras puedan al menos reflejar una milésima de las increíbles sensaciones que volví a experimentar luego de haberme tropezado con este personaje dueño de la más luminosas de las miradas.

Y dice así:

Para llegar a Yavi tomé el micro que va a La Quiaca. Una vez ahí, conseguí un remís que me llevó hasta otra ruta por donde pasa un colectivo que va a Yavi (no hay micros que vayan desde Humahuaca hasta Yavi). El remís me dejó en una casilla al costado de la ruta por dónde pasaría el colectivo, pero después de una hora tomando mate con el sol de las 11 de la mañana pegándome de lleno, presentí que el micro no llegaría nunca. Fue entonces cuando me dispuse a hacer dedo. Me levantaron unos músicos que iban en una combi. Me dejaron en un hostal en el medio de casas de adobe, calles de tierra, la aridez de meses sin llover y el sol del mediodía. No me explico porqué no entré en ese hostal a pesar de tener hambre, calor y querer sacarme de una vez por todas la mochila de los hombros. Así que seguí caminando y entré en otro hostal donde me recibieron muy amablemente, me llevaron a una de las habitaciones, depositaron mi mochila en una de las camas y me presentaron a una de las chicas que estaba parando ahí desde hacía unos días. Oriunda de La Plata, y dueña de una sonrisa amplia y radiante, ella ordenaba ropa que sacaba de una mochila mientras me decía los lugares del pueblo que podía ir a recorrer. Dejé mis cosas y salí a conocer Yavi. Caminé por una ciudad que conserva esquirlas de los colonizadores; llegué hasta dónde descansaban pinturas rupestres que el tiempo ni el clima pudo borrar, y paré al costado de un camino de agua a leer. Saqué algunas fotos y volví al hostal. Entré en la habitación. La platense no estaba, pero en la cama de al lado a la mía había un chico, que, a pesar de los 30 grados de calor, dormía enroscado en una bolsa de dormir y con la boca abierta. Me lo quedé mirando un rato, agarré el termo de la mochila y fui a buscar agua caliente a la cocina mientras pensaba: “tiene onda, ojalá que esté solo”.


Comments

Juan Ignacio said…
Locaaaaaaaaaaaaaaa (Luuuuuuuu) como estas???

Che, perdon, ando nulo de tiempo. Pero ya compensaré. Se la extraña.

Besote.
Lusi said…
mmm...
gran suspensO

Vuelvo pronto a ver si ya está prontito el siguiente Cap.

Saluditos. Muy muy disfrutables tus escritos.
María.- said…
dale dale daleeee
contanos mas!!!
Loca_Sola said…
Juannn: ¿cómo va el estudi nene?.. Por acá tambien se te extraña.. pero pronto vendrán las noches de libros y películas.. Beso enorme!
Lusi: muchas gracias!! Saludos!
Alguna: ahi va!!.. ansiedad!!.. Gracias por pasar..

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