La tucumana se bajó del micro en Tucumán, y en unas horas más, llegaba a Jujuy. El plan inicial era recorrer la ciudad, hacer noche y al día siguiente viajar hasta Tilcara. El plan se desmoronó cuando bajé del micro y lo ví a Edu esperándome. Era el mediodía. Fuimos a comer, y en el medio de un plato de fideos con salsa me fue contando todas las novedades de su viaje: los lugares que había visitado, la gente que había conocido, la quiaqueña con la que había estado, la mochilera francesa de la que se había enamorado y con quien posiblemente se reencontraría en Salta en un par de días.
San Salvador de Jujuy es lo más parecido a José C. Paz con montañas que podría describir en mi vida. Así que, en vistas de las circunstancias, huimos de esa ciudad con rumbo a Purmamarca. En el micro, entre mate y mate, Edu me preguntó cómo habían quedado las cosas con El. Yo le conté que antes de sacar el pasaje le había declarado mi amor y mis ganas de estar juntos, y que El había declarado que aunque se sentía bien estando conmigo sentía que “algo lo trababa para que estuviésemos juntos”, y que entonces mis ganas se hacían pedacitos y se caían al suelo cuando se estrellaban con sus trabas, y estaba tomando el viaje como una oportunidad para reflexionar sobre cómo seguir, aceptar y tomar alguna decisión respecto de mis ganas y sus trabas.
Decir que Purmamarca es impactante es quedarse muy, pero muy corto. Bajarse del micro y ver el Cerro de los Siete Colores es una experiencia que no se puede transmitir con una foto, ni con una minuciosa descripción.
Recorrer las calles de Purmamarca es como adentrarse en una de las escenografías más hermosas por las que podría haber transitado en mi vida. Mezclarse con la mística del lugar, bailar en las calles al ritmo de los diablitos con espejos y el carnaval, escalar el cerro y desde lo alto entender que El de Barba no la pifió ni un poquito con la escenografía.
Eso.
Todo eso fue para mi Purmamarca.
San Salvador de Jujuy es lo más parecido a José C. Paz con montañas que podría describir en mi vida. Así que, en vistas de las circunstancias, huimos de esa ciudad con rumbo a Purmamarca. En el micro, entre mate y mate, Edu me preguntó cómo habían quedado las cosas con El. Yo le conté que antes de sacar el pasaje le había declarado mi amor y mis ganas de estar juntos, y que El había declarado que aunque se sentía bien estando conmigo sentía que “algo lo trababa para que estuviésemos juntos”, y que entonces mis ganas se hacían pedacitos y se caían al suelo cuando se estrellaban con sus trabas, y estaba tomando el viaje como una oportunidad para reflexionar sobre cómo seguir, aceptar y tomar alguna decisión respecto de mis ganas y sus trabas.
Decir que Purmamarca es impactante es quedarse muy, pero muy corto. Bajarse del micro y ver el Cerro de los Siete Colores es una experiencia que no se puede transmitir con una foto, ni con una minuciosa descripción.
Recorrer las calles de Purmamarca es como adentrarse en una de las escenografías más hermosas por las que podría haber transitado en mi vida. Mezclarse con la mística del lugar, bailar en las calles al ritmo de los diablitos con espejos y el carnaval, escalar el cerro y desde lo alto entender que El de Barba no la pifió ni un poquito con la escenografía.
Eso.
Todo eso fue para mi Purmamarca.
Comments
Purmamarca es lo más, mejor incluso que Tilcara, auqneu Tilcara fue mi primer gran amor en la Quebrada, Purmamarca la ha desplazado. ¿fué Ud. hasta la Juella?
Un beso!
un abrazo!
Juan: si! vos corrés con ventaja.. no vale.. beso y gracias por pasar..
Lauruguaya: no te lo podés perder.. altamente recomendable, Gracias por pasar y besos!
Caperucita: eso fue lo que hice. fui corriendo hasta el norte.. jaja.. besos!!