Las cinco horas que tuvimos que esperar para que saliese el micro a Humahuaca fueron interminables. Creo que no quedó rincón de La Quiaca sin conocer nuestros besos o abrazos, vereda en la que no nos hayamos sentado o recostado, calle que no hayamos caminado pensando en las ganas que teníamos de llegar a alguna cama en algún lugar de Humahuaca. No hubo cyber, ni caminatas, ni mates que acortasen la espera. Las horas pasaban a una velocidad inusual y nos mantenían como rehenes a la siesta de una ciudad fronteriza donde todos y todo parecían de paso.
Hasta que finalmente llegó el micro que nos libraría de la espera interminable. Humahuaca nos esperaba cuando ya estaba cayendo la noche. Me quedé en la terminal con los bolsos mientras Javi fue a buscar un lugar para pasar la noche.
“Listo, ya encontré. Vos no te preocupes que yo invito”, fue lo que me dijo Javi cuando me pasó a buscar para ir al hotel.
El sommier, las sábanas con aroma a suavizante de ropa, las almohadas mullidas y la ducha de agua calienta por tiempo ilimitado fue el mejor regalo que podrían haberme hecho durante esas vacaciones de habitaciones y baños compartidos.
Nos bañamos, fuimos a comprar unas empanadas y un vinito y volvimos a la habitación. Esa noche, y pese a todos los pronósticos y las ganas, no hubo ni besos fogosos, no exploramos todas las posiciones del kamasutra, ni recorrimos cada uno de los rincones de la habitación teniendo sexo salvaje y desenfrenado hasta el alba.
Esa noche
Esa noche me quedé dormida cuando todavía no había terminado el primer vaso de vino.
Comments
La99: venimos retrasados. le voy a poner pila al relato de la historia.. prometo.. besos, niña!