Tardó en llegar, pero llegó justo en el momento en que se empezaba a preguntar si todavía quedaba alguien que a su edad nunca hubiese besado. Pero llegó. El primer beso llegó. Tenía gusto a cigarrillo mezclado con cerveza y amanecer de un día soleado de verano en la costa. Le llamó la atención la tibieza y suavidad de los labios al rozarse, la robustez de la lengua, la habilidad de los dientes para hacerse flexibles mientras el fenómeno ocurría. Y después siguieron otros besos. Los segundos, con aire de Centro y gusto a plaza de Congreso. Con manos llenas de libros y carpetas que dificultaban los abrazos, y más lenguas y salivas y sangre burbujeante. También vinieron los besos clandestinos de los labios que se suponían prohibidos y tenían otro sabor. Sabor a Costanera Sur, a Corrientes y Florida, a deseo mezclado con culpa. En el medio también se registraron besos en plazas conurbanas e interminables besos en andenes con el guarda esperando para cerrar las puerta del tren. Y como todo ...