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Primera y última


Ella fue la primera mujer de mi familia que me vio a las pocas horas de llegar al mundo. En realidad, la segunda, la primera debe de haber sido mi madre. Siempre contaba que cuando le avisaron que estaba por nacer agarró a mi hermano, le puso los zapatos y se fueron al hospital. Y que llegó, tomó el ascensor y vio que iba una bebe hermosa, chiquita y ella ahí lo supo, lo supo con absoluta certeza, con esa intuición que la caracterizó, y nos caracteriza a algunas de las mujeres de mi familia. Ella dice que ahí lo supo, y yo le creo. Ella supo que esa beba que iba en el ascensor era yo. Y lo era. Y esa fue la primera vez que nos vimos.
Y yo, en estos últimos tiempos la vi mientras se iba apagando, aunque nunca perdió su brillo, ni su lucidez, ni su intuición. Hasta que la internaron y yo lo supe, yo supe que ya no volvía. Pero no me animé a verla mientras se consumía cada vez más rápidamente. No tuve tiempo, no tuve fuerzas.
Ella se fue ayer y yo no la vi antes de que se fuera. Creo que nunca sabré si me habrá perdonado, nunca sabré si me estaba esperando para vernos por última vez como nos vimos aquella primera vez en el ascensor del Hospital Italiano.

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!!!¿?!!!

La semana pasada. Dos lugares diferentes. Dos hombres distintos. La misma pregunta: -¿Estás tomando fernet?. Tras la respuesta afirmativa, la misma exclamación: -Qué raro que una mujer tome Fernet.
Cuando yo pensaba que mi madre había superado todos, pero todos los límites, en todos los rubros imaginados e inimaginados; me pregunta, así, como al pasar, en la entrada del edificio donde trabajo. Hija, ¿estás teniendo relaciones sexuales?. Lo peor de todo, peor aún que haya estado el portero presenciando la conversación, fue que no me hizo falta mentirle. Igual. Volviendo al tema de mi madre y sus límites. Si pudo superar ese límite. Solo me resta temer y esperar.
No hay muestra mayor de compromiso que dar las llaves de la casa, departamento, habitación de pensión, lo que sea que fuese la morada de una. El compromiso no se demuestra con hechos, con presentar la familia, ni siquiera con un anillo. No. Darle las llaves a otro no es un hecho dejado al azar, no es una cuestión de practicidad, no es “para no bajar a abrir a la mañana”, para “que le vayas a cambiar las piedritas al gato”. No. Dar las llaves es “dar las llaves”. A razón de verdad, yo di mis llaves una sola vez. Fue un acto ingenuo, casi obligado y con el que cargué mucho tiempo. El también me dio sus llaves. Finalmente, el devenir de los hechos hizo que sus llaves terminaran fundiéndose con muchas otras en el Monumento al Che, las mías vaya a saber dónde, pero bueno, ese es otro tema. Por eso, yo ahora ando con mi par de llaves, otro en la casa de Almendra y otro en lo de Perro. Nada más. Ni a mi madre. Las llaves son una cuestión muy íntima. Y hace un par de semanas, cuando le quise b...