Ella fue la primera mujer de mi familia que me vio a las
pocas horas de llegar al mundo. En realidad, la segunda, la primera debe de
haber sido mi madre. Siempre contaba que cuando le avisaron que estaba por
nacer agarró a mi hermano, le puso los zapatos y se fueron al hospital. Y que
llegó, tomó el ascensor y vio que iba una bebe hermosa, chiquita y ella ahí lo
supo, lo supo con absoluta certeza, con esa intuición que la caracterizó, y nos
caracteriza a algunas de las mujeres de mi familia. Ella dice que ahí lo supo,
y yo le creo. Ella supo que esa beba que iba en el ascensor era yo. Y lo era. Y
esa fue la primera vez que nos vimos.
Y yo, en estos últimos tiempos la vi mientras se iba
apagando, aunque nunca perdió su brillo, ni su lucidez, ni su intuición. Hasta que
la internaron y yo lo supe, yo supe que ya no volvía. Pero no me animé a verla
mientras se consumía cada vez más rápidamente. No tuve tiempo, no tuve fuerzas.
Ella se fue ayer y yo no la vi antes de que se fuera. Creo
que nunca sabré si me habrá perdonado, nunca sabré si me estaba esperando para
vernos por última vez como nos vimos aquella primera vez en el ascensor del
Hospital Italiano.
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