La última imagen
que recuerdo es la de Pacha tocando la guitarra. Como una canción de cuna hizo
que me quedara lentamente dormida en la cama de una plaza que simula un sillón.
Había sido un día de calor agobiante, cantidades industriales de cerveza, pelopincho
con agua turbia y la humedad del conurbano que me atonta más de lo habitual. Había
sido una tarde de escenas bochornosas y peleas de pareja. El agua turbia como
la tensión sexual que –yo en ese momento no lo notaba- flotaba en el aire. Cuando me desperté ya era noche cerrada. Estaban
todas las luces apagadas. Tenía la garganta seca por el calor y el alcohol, y el
corpiño de la malla todavía estaba húmedo. No tenía resaca ni sueño. Tampoco
estaba borracha, ese día no había llegado a emborracharme. Me levanté a buscar
agua de la heladera y apareciste. Todavía no sé de dónde. Si del patio o del
cuarto. Era como si te estuvieras preparando para ir a dormir. Yo me había quedado
a dormir algunas veces ahí, siempre en la cama de una plaza del
living-cocina-comedor y nunca sola.
La semana pasada. Dos lugares diferentes. Dos hombres distintos. La misma pregunta: -¿Estás tomando fernet?. Tras la respuesta afirmativa, la misma exclamación: -Qué raro que una mujer tome Fernet.
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