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Nunca creí en la ley de atracción


Pero me acuerdo del día en que te deseé. Desde lo más profundo. El deseo me vino de golpe, mientras caminaba por la calle Corrientes. De repente pensé: “quiero estar con alguien lindo”. Tan superficial como eso. Me salió así, de la nada. “Alguien que me guste mucho”, pensé y no le di más instrucciones al universo. Eso habrá sido en diciembre. Trato de hacer memoria y solo recuerdo que era domingo y hacía calor.
Pensé en eso y después me olvidé del asunto.
Me acordé hoy, varios meses después, mientras miraba el video que me habías mandando. Claro, yo te deseé y ahí saliste, del medio del desierto.
Venía siendo mi primer viaje sola después de muchos años. Volver a viajar sola después de una separación y con diez años más es bastante complejo y en principio melancólico, pero esa es otra cuestión.
Volviendo al tema, una tarde de mediados de enero, mi deseo se me cruzó de frente. Me acuerdo perfectamente de la primera vez que te vi. Me pareciste lindísimo. Inalcanzable. Yo llegaba al hostel después de andar horas en bicicleta. Abrí la puerta de entrada, toda transpirada, despeinada y te vi detrás de mis lentes de sol. Ahí estabas. Me saludaste, te saludé y pasaste como una ráfaga. Me pareciste lindísimo.
Me fui a duchar y aunque todavía eran las 7 de la tarde me puse el piyama y me acosté un rato, pero no me pude dormir. Entonces salí, así en piyama como estaba, a comer una ciruela al patio. Me senté en una mesa, miré al frente y ahí estabas parado, fumando. Me miraste. Me acuerdo perfectamente de esa implacable mirada azul, mirándome.
Apagaste el cigarrillo.
Y contra todos los pronósticos, te me acercaste.

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