Frío. Mucho frío y una casa inmensa. Llevar a un pendiente a
un telo ante la imposibilidad de volver a usar la cama. Tratar de salir.
Conocer gente. Estar con alguien que te rompe (otra vez, si eso es posible) el
ego y el corazón. Volver a acostarte con gente con la que estuviste hace diez años
y sentir como todo evolucionó a otra cosa imposible de definir. Armar la
mochila e irse de viaje a la nada. Conocer gente. Cruzarse con el chico más
lindo del mundo. Viajar una semana con él. Despedirse. Ir sola al mar. Volver a
la casa inmensa. Salir con alguien y sentir que te hiciste de amianto. Frío.
Mucho frío otra vez.
La firmante declara que los hechos que se narrarán a continuación ocurrieron en las primeras horas del domingo, y que bajo ninguna circunstancia se encontraba bajo los efectos de ningún estimulante. Siendo las 12.30 de la madrugada del domingo, suena el portero del departamento que comparto con gato. Era Lula. Me pongo mis pantuflas rojas con corazón azul y bajo a abrirle la puerta. Cuando me dispongo a abrir la puerta de entrada, diviso que detrás de Lula aparece un sujeto, de unos 35 años, castaño de tez blanca. Pensando que tal vez el sujeto estaría aprovechando que abriese la puerta para entrar al edificio, esperé a que sacase la llave (si es que vivía en el lugar) o en su defecto tocase el portero. Pero nada de eso ocurrió. El sujeto miró a Lula y le preguntó en un tono coloquial: -¿Está Marcela?!. Ante esta pregunta, Lula entre asombrada, risueña y algo asustada, me mira a mí, lo mira al sujeto y le dice: -No sé de lo que me está hablando. Tras la respuesta, el sujeto me mira a m
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