Tardó en llegar, pero llegó justo en el momento en que se empezaba a preguntar si todavía quedaba alguien que a su edad nunca hubiese besado. Pero llegó. El primer beso llegó. Tenía gusto a cigarrillo mezclado con cerveza y amanecer de un día soleado de verano en la costa. Le llamó la atención la tibieza y suavidad de los labios al rozarse, la robustez de la lengua, la habilidad de los dientes para hacerse flexibles mientras el fenómeno ocurría.
Y después siguieron otros besos. Los segundos, con aire de Centro y gusto a plaza de Congreso. Con manos llenas de libros y carpetas que dificultaban los abrazos, y más lenguas y salivas y sangre burbujeante. También vinieron los besos clandestinos de los labios que se suponían prohibidos y tenían otro sabor. Sabor a Costanera Sur, a Corrientes y Florida, a deseo mezclado con culpa. En el medio también se registraron besos en plazas conurbanas e interminables besos en andenes con el guarda esperando para cerrar las puerta del tren.
Y como todo llega, llegaron los tiempos de besos calmos, de los que se saben dueños de los labios del otro. Besos mezclados con mañanas de mate, café, cotidianeidad y somnolencia.
Y justo cuando los labios se habían asfixiado de tanto besar llegaron para darles respiración boca a boca y traerle un poco de aire de Casa. Esos besos que siempre tenían gusto a enamoramiento. Esos labios que mordían pero no lastimaban. Esos que la liberaron.
Entonces llegó el verano, armó la mochila y se fue. Encontró besos como de la adolescencia, con gusto a arena, bronceador y noches estrelladas que quedaron eclipsadas entre las semanas de algún enero.
Los besos que mordían regresaron en febrero. Esta vez con labios llenos de contracciones, confusiones, gusto a pecado, y mordidas que lastimaban.
Y entonces, casi como un guiño del universo, llegaron los labios morados que le dieron el hombro para que pudiese saltar por una de las paredes del laberinto en el que los labios de febrero la habían metido.
A pesar del bálsamo de los labios morados, las lastimaduras se hicieron profundas y las quemaduras se transformaron en llagas. Y entonces hubo que salir a buscar nuevos besos. Estos venían con bancos de Recoleta y calles de San Telmo que le sentaban bien. De labios que volvieron a pronunciar frases que ella había olvidado. Pero esta vez se quedó callada, porque sus labios no podían devolver en igual medida, porque no le alcanzaba.
Y no sería justa si en este relato no hablase de los besos que guarda en una cajita. Esos que rompieron el hielo, que aparecieron de golpe, los que se revelaron en pueblos olvidados del Norte en medio de vagones de trenes, esos que nunca pudieron ser y los que abortaron al minuto de haber comenzado.
Y no diría toda la verdad si se olvidase de decir que en el fondo de la cajita, custodiado por una serie de códigos a la espera por descifrar, se encuentra el mejor y más preciado de los besos. El próximo. El nuevo. El último.
El que todavía no llegó.
Y después siguieron otros besos. Los segundos, con aire de Centro y gusto a plaza de Congreso. Con manos llenas de libros y carpetas que dificultaban los abrazos, y más lenguas y salivas y sangre burbujeante. También vinieron los besos clandestinos de los labios que se suponían prohibidos y tenían otro sabor. Sabor a Costanera Sur, a Corrientes y Florida, a deseo mezclado con culpa. En el medio también se registraron besos en plazas conurbanas e interminables besos en andenes con el guarda esperando para cerrar las puerta del tren.
Y como todo llega, llegaron los tiempos de besos calmos, de los que se saben dueños de los labios del otro. Besos mezclados con mañanas de mate, café, cotidianeidad y somnolencia.
Y justo cuando los labios se habían asfixiado de tanto besar llegaron para darles respiración boca a boca y traerle un poco de aire de Casa. Esos besos que siempre tenían gusto a enamoramiento. Esos labios que mordían pero no lastimaban. Esos que la liberaron.
Entonces llegó el verano, armó la mochila y se fue. Encontró besos como de la adolescencia, con gusto a arena, bronceador y noches estrelladas que quedaron eclipsadas entre las semanas de algún enero.
Los besos que mordían regresaron en febrero. Esta vez con labios llenos de contracciones, confusiones, gusto a pecado, y mordidas que lastimaban.
Y entonces, casi como un guiño del universo, llegaron los labios morados que le dieron el hombro para que pudiese saltar por una de las paredes del laberinto en el que los labios de febrero la habían metido.
A pesar del bálsamo de los labios morados, las lastimaduras se hicieron profundas y las quemaduras se transformaron en llagas. Y entonces hubo que salir a buscar nuevos besos. Estos venían con bancos de Recoleta y calles de San Telmo que le sentaban bien. De labios que volvieron a pronunciar frases que ella había olvidado. Pero esta vez se quedó callada, porque sus labios no podían devolver en igual medida, porque no le alcanzaba.
Y no sería justa si en este relato no hablase de los besos que guarda en una cajita. Esos que rompieron el hielo, que aparecieron de golpe, los que se revelaron en pueblos olvidados del Norte en medio de vagones de trenes, esos que nunca pudieron ser y los que abortaron al minuto de haber comenzado.
Y no diría toda la verdad si se olvidase de decir que en el fondo de la cajita, custodiado por una serie de códigos a la espera por descifrar, se encuentra el mejor y más preciado de los besos. El próximo. El nuevo. El último.
El que todavía no llegó.
Comments
Te quiero nena, y siempre te voy a desear lo mejor. Gracias por estar...
Cuidate y no hagas....... bueno, eso!
Bese nomás. Pero con ganas.
mucho beso.
bueno, uno mas.
"q loca linda" es lo q me sale decir...
suena tan cursi q me arrepiento...pero es q estoy MUY cursi ùltimamente...xq me están llenando de besos...de esos hermosósos...de los q extrañaba.
Es cierto: que alegría saber q lo màs lindo es lo q se viene.
* El dìa que me crucé con tu blog, me lo leí casi enterito.
Un saludote ;)
ese instante (en el que a veces que los labios se van a encontrar, y muchas otras nos tma por sorpresa), ese momento en que las miradas se cruzan, los ojos observan casi en forma fugaz los labios del otro, que se hacercan a los propios. esa porción de tiempo, desde esa mirada hasta que los labios se tocan por primera vez, es una de las adrenalínas más únicas e irrepetibles. una adrenalina de la que los primeros besos supieron adueñarse...
por muchos primeros besos más, o por muchos besos con los mismos labios que puedan ser primeros cada tanto
Mandinga: ajá. y yo que le respondo?.Se vienen épocas se sequía y espera.
Vivaperon: y si, ya besamos mucho, le mando un beso.
Lusi: gracias y saludos!
Ca: hola
Almendra: brindo por los primeros besos, los primeros labios, los últimos y los besos que parecen primeros aunque sean de ultimos labios.