Skip to main content

Loca y Norte III: estábamos antes que tus franquicias arruinen todo este lugar

Con Edu la pasábamos muy bien. Nos reíamos de todo. Parábamos en hostels (una experiencia cercana a la convivencia en Gran Hermano pero sin cámaras ni micrófonos, ni nominados y expulsados, y con gente que hablaba en diferentes idiomas). Teníamos que estar explicando casi todo el tiempo que no éramos pareja, e incluso hasta llegamos a pensar en mandar a estamparnos una remeras con la leyenda “estoy sola”, o “no somos novios”. Cada vez que veía algún chico lindo por la calle, Edu decía: “te estoy escupiendo el asado, che”. Sin embargo, por más chico lindo que se cruzase, yo lo seguía extrañando a El y hubiese querido que compartiera conmigo siquiera un tercio de todo lo que estaba viviendo.
Tilcara tiene una mística muy diferente a Purmamarca. Es un pueblo más grande, con callecitas empedradas y tiene mucha, pero mucha onda. Comer salchipapas con una Norte bien fría en la plaza era lo más de lo más.
En un puestito de artesanías enfrente de las ruinas de Tilcara conocimos a Esther, una señora que andaba en camioneta con sus dos hermanos y que se ofreció a llevarnos hasta la punta de un cerro en la parte de atrás de la rastrojero. Así que, sin poder creer la suerte que habíamos tenido (nunca hubiésemos podido llegar a pie hasta ahí) nos subimos y viajamos con el viento y el sol de nuestro lado, mientras yo improvisaba algunos temas con una especie de quena que había conseguido en el puesto de artesanías (confieso que al tercer tema Edu ya quería sacarme la quena de las manos y tirarla al costado del camino).
Esther paraba a cada rato para preguntarnos si estábamos bien. Me hacía acordar muchísimo a mi mamá y hasta en joda decíamos que era una señora que había contratado mi madre desde Buenos Aires para cuidarme. Llegamos hasta lo alto, bajamos, sacamos fotos, volvimos a las ruinas de Tilcara y Esther me dejó su celular cuando se enteró que Edu no era mi novio y que en unos días seguiría el recorrido sola. Le agradecí el gesto, agendé el celular por si acaso, pero nunca más volví a saber de ella.
Las ruinas de Tilcara son una muestra de la sabiduría de los pueblos originarios y su total conexión con la naturaleza y El Universo. La vista desde ese lugar es increíble, y cuando cae la tarde, si uno presta atención, puede escuchar el secreto que proviene de las piedras.

Comments

lauruguacha said…
Pero...cuente...aquí entre nosotras...¿ pasó algo con Edu?
Loca_Sola said…
lauruguacha: no, no.. edu es un tipazo, pero somos amigos, posta. Saludos. gracias por pasar y firmar..
Anonymous said…
hayy neni quiero tus anecotas en vivo y en directo, o subilas a la pagina de gran hermano norteño...

Popular posts from this blog

No, Marcela no está.

La firmante declara que los hechos que se narrarán a continuación ocurrieron en las primeras horas del domingo, y que bajo ninguna circunstancia se encontraba bajo los efectos de ningún estimulante. Siendo las 12.30 de la madrugada del domingo, suena el portero del departamento que comparto con gato. Era Lula. Me pongo mis pantuflas rojas con corazón azul y bajo a abrirle la puerta. Cuando me dispongo a abrir la puerta de entrada, diviso que detrás de Lula aparece un sujeto, de unos 35 años, castaño de tez blanca. Pensando que tal vez el sujeto estaría aprovechando que abriese la puerta para entrar al edificio, esperé a que sacase la llave (si es que vivía en el lugar) o en su defecto tocase el portero. Pero nada de eso ocurrió. El sujeto miró a Lula y le preguntó en un tono coloquial: -¿Está Marcela?!. Ante esta pregunta, Lula entre asombrada, risueña y algo asustada, me mira a mí, lo mira al sujeto y le dice: -No sé de lo que me está hablando. Tras la respuesta, el sujeto me mira a m
No hay muestra mayor de compromiso que dar las llaves de la casa, departamento, habitación de pensión, lo que sea que fuese la morada de una. El compromiso no se demuestra con hechos, con presentar la familia, ni siquiera con un anillo. No. Darle las llaves a otro no es un hecho dejado al azar, no es una cuestión de practicidad, no es “para no bajar a abrir a la mañana”, para “que le vayas a cambiar las piedritas al gato”. No. Dar las llaves es “dar las llaves”. A razón de verdad, yo di mis llaves una sola vez. Fue un acto ingenuo, casi obligado y con el que cargué mucho tiempo. El también me dio sus llaves. Finalmente, el devenir de los hechos hizo que sus llaves terminaran fundiéndose con muchas otras en el Monumento al Che, las mías vaya a saber dónde, pero bueno, ese es otro tema. Por eso, yo ahora ando con mi par de llaves, otro en la casa de Almendra y otro en lo de Perro. Nada más. Ni a mi madre. Las llaves son una cuestión muy íntima. Y hace un par de semanas, cuando le quise b

Pesadilla

 Te me apareciste en un sueño. Yo te decía que por favor tuvieras cuidado porque en los próximos meses te ibas a morir. Vos me decías: ¡¿qué?! Mientras te reías en esa media lengua que mantenía lo universal de la sonrisa compartida.  Y te seguías riendo, como si fuera un disparate.   Y sí, lo era. Y sí, aún lo sigue siendo. Aunque sea increíblemente real.