Hace dos años entendí que las vacaciones sin planes son las mejores. En aquel entonces, me había embarcado con todo el miedo de viajar sola y un mapa lleno de cruces, marcas y teléfonos a los que nunca recurrí. Y el camino se dejó llevar.
Entonces, esta vez, salimos con casi 20 días libres y solamente un par de ciudades marcadas en un mapa que un día antes me había impreso Edu de una página de Internet. Sin fotos de los lugares, con lo que creíamos era la plata justa y necesaria, sin saber nada del cambio, ni el clima. Y el camino nos asombró una vez más.
No hay mejores consejos que los que te ofrecen los viajeros que te cruzás. Ni mejores decisiones que las que se toman con menos de cinco minutos para que se vaya el colectivo. Ni mejores relaciones que las que se forjan con los turistas que te vas encontrando por el camino. En poco más de una semana recorrimos desde Humahuaca hasta La Isla del Sol. Pasamos por un salar basto e increíble, ciudades coloniales, ruinas, minas que alguna vez fueron ricas en plata, climas de todo tipo, anécdotas para reírnos con Lula de acá a diez años, una playa sin cajeros, bancos, shoppings, Internet ó señal de celular; a veces sin poder bañarnos por más de dos días seguidos y durmiendo en los viajes. Conociendo gente como un chico un tanto extraño que me habló de Dios arriba de una montaña tras lo cual se puso a tocar un extraño instrumento de percusión (en medio de un viento que volaba las mochilas), locales tratando de convencernos sobre el nacimiento de Evita en Tupiza (una ciudad en Bolivia), personas del gobierno que compartieron una habitación con nosotras en una ciudad sin lugar por un congreso partidario que se estaba llevando a cabo.
El camino se revela mientras se recorre.
Y la cuasi maratón de una semana y media terminó con tres días de ocio total y permanente en Humahuaca. La ciudad donde extrañamente nunca me pierdo (vale aclarar que me cuesta horrores llegar a cualquier calle de la Capital Federal sin una guía T), donde estoy plenamente equilibrada, desde donde un día escuché un te amo desde el celular en medio del viento de la Puna, y caí en la cuenta de que alguien me estaba esperando.
Entonces, esta vez, salimos con casi 20 días libres y solamente un par de ciudades marcadas en un mapa que un día antes me había impreso Edu de una página de Internet. Sin fotos de los lugares, con lo que creíamos era la plata justa y necesaria, sin saber nada del cambio, ni el clima. Y el camino nos asombró una vez más.
No hay mejores consejos que los que te ofrecen los viajeros que te cruzás. Ni mejores decisiones que las que se toman con menos de cinco minutos para que se vaya el colectivo. Ni mejores relaciones que las que se forjan con los turistas que te vas encontrando por el camino. En poco más de una semana recorrimos desde Humahuaca hasta La Isla del Sol. Pasamos por un salar basto e increíble, ciudades coloniales, ruinas, minas que alguna vez fueron ricas en plata, climas de todo tipo, anécdotas para reírnos con Lula de acá a diez años, una playa sin cajeros, bancos, shoppings, Internet ó señal de celular; a veces sin poder bañarnos por más de dos días seguidos y durmiendo en los viajes. Conociendo gente como un chico un tanto extraño que me habló de Dios arriba de una montaña tras lo cual se puso a tocar un extraño instrumento de percusión (en medio de un viento que volaba las mochilas), locales tratando de convencernos sobre el nacimiento de Evita en Tupiza (una ciudad en Bolivia), personas del gobierno que compartieron una habitación con nosotras en una ciudad sin lugar por un congreso partidario que se estaba llevando a cabo.
El camino se revela mientras se recorre.
Y la cuasi maratón de una semana y media terminó con tres días de ocio total y permanente en Humahuaca. La ciudad donde extrañamente nunca me pierdo (vale aclarar que me cuesta horrores llegar a cualquier calle de la Capital Federal sin una guía T), donde estoy plenamente equilibrada, desde donde un día escuché un te amo desde el celular en medio del viento de la Puna, y caí en la cuenta de que alguien me estaba esperando.
Comments
Besos
Tal cual como lo planteás acá...nada más lindo que lo espontáneo.
Un beso grande
Hacia rato no leia algo tan lindo escrito por vos o por otras gentes.
Es mentira que uno escribe mejor cuando está triste o deprimido, vos acabas de demostrar lo contrario.
Se te quiere.
Me alegra saber de vos, de tus historias, de tus viajes, de tus amores...
Te mando un beso enorme.
El adjetivo que quisiste usar es "vasto", no "basto". Casualmente, "basto" quiere decir "inculto y ordinario". Je.